sábado, 16 de agosto de 2008

Depilado


¿Alguien sabe dónde estoy?, ¿estaré perdido?, ¿existo realmente? No hace mucho que me hice estas preguntas mientras caminaba por la Plaza Central de la ciudad en la cual vivía. En la ignorancia que disfrutaba cuando chico, la cual se fue corrompiendo por el saber mundano, caí perplejo ante la locura. Obviamente no concibo la locura en las personas, yo las veo como si tuvieran un modo distinto de ver el mundo, su mundo. Es así como creía caer en un vacío de la nada. Sin embargo, todo esto no tiene ninguna redundancia en cuanto a lo que tengo que decir. Probablemente lo único metido en lo que sigue, sea mi modo de ver el mundo.

Como me hayaba tan oscurecido, no me daba cuenta de las cosas que me pasaban. A lo mejor, si alguna fémina me dijo alguna vez que me amaba, no me daba cuenta en lo más mínimo; en fin, muchas cosas pasaban a mi alrededor y sin embargo no tenía la noción de que realmente estaban ocurriendo.

Al llegar a un punto céntrico hallé a un hombre algo extraño. Era alguien de quien se podrían decir muchas cosas en un principio, pero a la vez no podía decir absolutamente nada porque no lo conocía para nada; me acerqué a aquel hombre y le pregunté:


-Buen día señor, ¿cómo le va?
-Mira al cielo, se está oscureciendo y ya no veo ninguna nube.
-La verdad es que no le entiendo, le acabo de preguntar cómo le va.
-El no haberte respondido antes no quiere decir que el cielo no se esté oscureciendo.
-Es verdad, pero me parece extraño que me haya respondido con otra cosa que no sea la que le he preguntado.
-Lo que pasa es que no te oí muy bien.

Así fuimos conversando de cosas de la vida y por demás no tenía cuidado de mis palabras. Sentía que por ratos las palabras salían de algún lugar que no sea mi pensamiento; pues, me intrigaba la manera cómo aquel hombre, con cada reflexión fuera de lo común –cosa que algunos llaman estado de locura-, se le caía un poco de cabello al suelo; me quedaba perplejo al ver que esto sucedía y no me concentraba en la conversación. Estaba más atento a cualquier cabello caído que a la misma situación en la que estaba.


Después de eso, pasó algún buen tiempo. Unas semanas, más o menos.


Estaba sentado en mi cuarto cuando me puse a pensar en el aleteo de las mariposas. Miré al techo y me di cuenta que ese techo no era del mismo color que en el mes pasado. Bajé la mirada hacia mis zapatos. Tenía que salir a caminar y tenía los pasadores desatados.


¡No puede ser! Se me ha caído un poco de cabello. ¿Pero, cómo es posible?


Me di cuenta que aquel hombre, del que hablé en un principio, me había contagiado una extraña enfermedad. A partir de ese entonces, cada vez que relfexionaba sobre algo -o incluso sobre alguien- se me caía un poco de cabello. ¡Igual que aquel hombre!


Con el correr de los meses me di cuenta que no era el único que "sufría" ese problema. Pues, toda la gente que me rodeaba también empezó a sufrir por esto. Llegué a la conclusión que si uno comparte una reflexión con otro, se le transmite la enfermedad.


¡Al menos todos habremos de reflexionar alguna vez, pero a solas! Con esto me di cuenta que compartir las reflexiones es siempre contraproducente.

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